La violencia laboral es una realidad dolorosa y extendida que socava la dignidad, el bienestar y la salud de millones de trabajadores.
No se limita a la agresión física: se trata de un fenómeno multifacético que abarca cualquier comportamiento, acción u omisión orientada a intimidar, humillar, ofender, discriminar o desmoralizar a una persona en su entorno de trabajo.
Modalidades ocultas
Las manifestaciones de esta violencia son variadas y, a menudo, sutiles, lo que dificulta su denuncia. Entre las principales modalidades se encuentran:
Mobbing o acoso psicológico. Es el más conocido. Implica hostigamiento sistemático y recurrente que puede manifestarse a través de calumnias, difamación, aislamiento social, asignación de tareas sin sentido o imposibles, o la negación de herramientas de trabajo.
Acoso sexual. Comprende cualquier comportamiento de naturaleza sexual, verbal o física, que tenga el propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, especialmente cuando crea un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo.
Discriminación. Se expresa como trato desigual por motivos de género, raza, religión, ideología, orientación sexual, edad o cualquier otra condición personal o social.
Violencia física. Aunque es la menos frecuente, involucra agresiones directas que ponen en riesgo la integridad corporal.
La destrucción de la salud
Las consecuencias de vivir bajo un clima de violencia laboral son devastadoras para la salud.
Los especialistas coinciden en que el estrés crónico y la humillación constante se traducen en graves enfermedades físicas y psíquicas.
En el plano físico, suelen aparecer trastornos gastrointestinales, cardiovasculares, dolores musculares crónicos y migrañas.
En el plano psíquico, el panorama es todavía más sombrío:
- Estrés postraumático.
- Ansiedad, depresión severa y ataques de pánico.
- Aislamiento social y pérdida de autoestima.
- Agravamiento de patologías preexistentes.
Lamentablemente, existen casos documentados que confirman la máxima tragedia: la violencia laboral puede actuar como desencadenante de muertes y suicidios.
Es un factor de riesgo letal que el Estado tiene la obligación de enfrentar.
La inacción legislativa
¿Qué estamos esperando?
A pesar de la gravedad del problema, Argentina aún no cuenta con una ley nacional específica y exhaustiva contra la violencia laboral.
Esta omisión deja a miles de víctimas en un limbo legal, obligándolas a recurrir a normas laborales generales o a complejas demandas civiles.
La provincia de Córdoba es un reflejo de esta inacción. A pesar de importantes iniciativas legislativas —como la que vengo impulsando desde 2016, entre otras— destinadas a crear un marco de protección y sanción, ninguna ha logrado avanzar.
La falta de una ley provincial y nacional envía un mensaje implícito de tolerancia hacia el maltrato en el trabajo.
La pregunta resuena con urgencia:
¿Qué esperan la Argentina y la provincia de Córdoba para saldar esta deuda humanitaria?
La ley no es solo un instrumento punitivo: es un mecanismo de prevención, una herramienta de concientización y, sobre todo, el reconocimiento legal del sufrimiento de las víctimas.
Es hora de priorizar la vida y la dignidad de los trabajadores por encima de la inercia política.
La sanción de una norma integral no es una opción: es un imperativo ético y de salud pública que no puede postergarse más.